En el camino, todos querían darle la mano y abrazarlo, pues además de su simpatía, era la persona más opcionada para llegar a la Presidencia de la República.
El candidato tuvo que ser llevado casi a empujones y cargado por sus guardaespaldas que lo condujeron rápidamente a una tarima ubicada donde actualmente se levanta el monumento. En frente del carismático político, a pocos metros, estaban los sicarios estratégicamente ubicados.
Los asesinos esperaron a que el político santandereano alzara las manos para disparar. Se cree que ese movimiento abrió un campo en el chaleco antibalas que llevaba. Otras versiones aseguran que los asesinos poseían una metralleta especial que igual podía penetrar la protección que llevaba el líder liberal. El sonido de tres ráfagas cortas y una larga, enmudecieron la plaza. El candidato recibió varios impactos en el abdomen. Segundos después del primer tiro, la electricidad fue cortada y los sicarios le dispararon a la única luz que quedaba en medio del escenario, la del camarógrafo que insistía en seguir grabando.
En penumbras, sobre la tarima y en medio del tiroteo, yacía Galán gravemente junto a un escolta que intentó protegerlo de las balas. Santiago Cuervo, el hombre que ofrendó su vida acompañó por el caudillo, recorrió de regreso junto a Galán los mismos pasos con los que se había adentrado en el mortal baño de masas. A sus espaldas, los sicarios disparaban en medio de la huida.
El líder salió aún consciente de Soacha hacia Bogotá, sin embargo fallecería minutos después en el Hospital de Kennedy tras una infructuosa parada en un centro asistencial de Bosa. El magnicidio sumiría a Colombia en quizás la crisis más grave de su historia. Era el 19 de agosto de 1989. Menos de ocho meses después, sumaban tres los candidatos presidenciales asesinados: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro.
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