La Fuga de Pablo Escobar de la Catedral

Pablo Escobar Gaviria, el narcotraficante más temido de la historia, se entregó a la justicia colombiana a las 3:45 de la tarde del miércoles 19 junio de 1991 y se fugó de una cárcel en Antioquia en la madrugada del 22 de julio de 1992, 406 días después.

 Lo hizo luego de varias horas de tensión en la prisión La Catedral, ese lugar que escogió en las montañas de Envigado para permanecer en Colombia a cambio de someterse a la justicia nacional y no ser extraditado a Estados Unidos.

Fue entre las 2:00 a.m. y las 5:00 a.m. de ese 22 de julio que se dio la fuga del capo junto a su hermano Roberto de Jesús y nueve de sus lugartenientes, tras mantener secuestrados al viceministro de Justicia de la época, Eduardo Mendoza, y al director de Prisiones, coronel Hernando Navas.

 Aún hoy no ha terminado de establecerse en qué momento exacto de la madrugada del 22 de julio Pablo Escobar salió de La Catedral.

Declaraciones de la época indican que el criminal se fue vestido de mujer por un muro de cinco metros de altura construido en yeso para facilitar la fuga y que derribaron fácilmente sus hombres.

Ellos huyeron caminando aprovechando la baja luminosidad.
“Vi cuando salían vestidos de distintas formas, unos vestidos de guardianes, otros de campesinos, otros, otros bien vestidos y con pasamontañas y una mujer que lucía peluca”, dijo en esa época un soldado.

 La salida de Escobar se dio en momentos en que guardias de prisiones y comandos élite del Ejército se enfrentaban, cuando el temido capo y sus hombres, a patadas, derribaron el muro. Filiberto Joya Abril, suboficial del Ejército, confesó que fue él quien facilitó la huida de Escobar de ese centro penitenciario, luego de convencer a un grupo de soldados de colaborar en el plan de fuga a cambio de recibir una millonaria suma de dinero, comida, bonos, útiles de aseo y otros beneficios.

Con regalos similares, Escobar y sus hombres montaron en ese penal una red de sobornos a soldados, suboficiales y oficiales encargados de ejercer la vigilancia externa, con el fin de vivir a su gusto, con lujos y excesos.
Así lo pudieron comprobar la justicia civil y militar, que relacionó al caso de la fuga a 49 personas, entre ellas al exdirector general de prisiones, el coronel del Ejército Hernando Navas Rubio, condenado por la justicia penal militar a 28 de meses de prisión por el delito de favorecimiento de fuga de presos.

 Además, seis militares juzgados en un consejo de guerra fueron condenados a penas que suman 27 años y 2 meses de prisión por complicidad en la fuga de Escobar. Así plasmó EL TIEMPO algunas de las portadas de diarios del mundo la noticia sobre la fuga de Escobar.

 Siete exguardianes de La Catedral también fueron condenados a 56 meses de prisión cada uno por los delitos de fuga de presos y secuestro simple. En dos decisiones posteriores, la Procuraduría afirmó que hubo un caos en la información que se transmitió entre el Ejército y el Ministerio de Justicia. Igualmente, la Nación fue condenada por la muerte del sargento Olmedo Mina y los otros guardias que resultaron heridos en la operación. Aquel julio de 1992, el Gobierno del entonces presidente César Gaviria comprobó que Escobar continuaba delinquiendo y por eso, en un consejo de seguridad, tomó dos decisiones: que las Fuerzas Militares tomaran control del penal y así, posteriormente, recluir al capo a una guarnición militar.

 Para coordinar esas dos tareas fueron enviados a La Catedral el 21 de julio dos altos funcionarios: el viceministro Mendoza y el director de Prisiones. Pero lo que debía ser un viaje de notificación terminó en secuestro, confusión, intercambio de disparos y la posterior fuga del narcotraficante. Mendoza y Navas, según relatos judiciales de la época, ingresaron en horas de la tarde y comenzaron a notificarles a los superiores militares que había tensión e inquietud en los reclusos, que estos se negaban a ser trasladados, se encontraban fuera de las celdas y se observaba una indisciplina general.

 Había comenzado un motín y luego de varias horas de diálogo, mientras sostenía una conversación por radioteléfono con delegados del Ministerio de Justicia, se escuchó a Mendoza decir angustiado: “Quíteme esa metralleta de la cara, que así no puedo hablar”.

 De acuerdo con declaraciones recogidas en su momento por la Procuraduría, John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, fue quien le puso una subametralladora en la cabeza al viceministro de Justicia y con un sofisticado radio portátil de la época impartió instrucciones a hombres en Medellín para que desataran una ola terrorista.

 Mientras todo ocurría, se trasladaban a Antioquia altos mandos del Ejército y fuerzas especiales a las que les había encomendado sacar vivos a los rehenes, eliminar toda resistencia armada, establecer la seguridad interna del penal por el Ejército y, sobre todo, detener a Pablo Escobar. Pero el capo no estaba dispuesto a ceder. Según relatos, fue él mismo el que les dijo a los funcionarios su condición de secuestrados y los amenazó con que en este episodio morirían todos.

 En un punto de la noche, Mendoza y Navas fueron separados de Escobar y su grupo, y permanecieron custodiados por hombres armados. Todo, mientras las fuerzas especiales afinaban un operativo de retoma que se llevó a cabo después de las 7:30 de la mañana y durante unos 20 minutos.

 El resultado: los dos funcionarios rescatados, cinco hombres cercanos a Pablo Escobar detenidos, 25 guardianes retenidos, 11 más heridos y el sargento de prisiones Olmedo Mina sin vida.

 También se descubrió el complejo vacacional en el que había transformado el capo su propia cárcel. Se hallaron caletas de armas, miles de dólares, droga, diversidad de aparatos de comunicación, casas de muñecas, cuartos dotados cual suites cinco estrellas, telescopios, gimnasios, centrales de buscapersonas, fax y líneas telefónicas con el exterior.

 Sin embargo, pocas horas después y en voz del propio presidente Gaviria el país conocería la verdadera noticia de esa jornada: Escobar, el capo más buscado, no estaba en la cárcel en el momento de la incursión armada.



 Fuente: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16089168

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